El Cuadrilátero del lenguaje teatral genuino, de Alex Mariscal


El “ensayo teatral” es, según la concepción de Bartis, el territorio mágico de donde surge cualquier expresión genuina para el arte de la dirección. 

Tal concepto parece muy abstracto, pero por lo contrario es absolutamente concreto, personal, infinito en sus posibilidades y limitado solo por el proceso de producción. La experiencia del director coartada por el tiempo nunca alcanza para atrapar todos los misterios de este territorio. El único atajo que puede tomar el aprendiz de director es, y es lo que yo mismo a diario intento en la práctica, construir una especie de bitácora (ruta de viaje) que me guíe hacia los caminos de la creatividad dentro de los propios misterios del teatro y no a partir de las convenciones más tradicionales. Uno de los principios más importantes dentro de este territorio es comprender que entre más humano y concreto es el hecho teatral, más trascendental será la puesta en escena para el espectador; lo contrario también es cierto, entre más complicado y abstracto sea su hecho teatral, mayor simplicidad y confusión crearán para su puesta. Al inicio, el director aprendiz, casi siempre intenta, quizás porque quiere impresionar a los maestros y por hacerse un lugar entre los aprendices, intenta construir un artificio muy complejo. Por esa complejidad entra en el terreno de lo abstracto, lo llamativo, lo técnico, y es precisamente esa búsqueda artificiosa la que desarticula sus códigos, haciéndolos más difíciles de comprender, es decir menos fuertes, menos genuinos. La practica y la observación de los grandes maestros lleva a comprender que la clave del director es la comunicación. ¿qué debe comunicar el director? Es obvio, pero toma tiempo aprenderlo, la esencia humana. El director es un comunicador de ideas terrenales: códigos de la experiencia del ser humano. El hombre en su universo es el meollo del director. Por tanto, la clave es construir personajes vitales, con deseos, con virtudes, con secretos, vicios, anhelos, contradicciones y con defectos pues los espectadores no son ni más ni menos: seres con las mismas características, seres con metas, obstáculos, tácticas, y anhelos: simples mortales. Una de las funciones principales del director (comunicador por excelencia) es entonces provocar a los actores para que desaten energías, anhelos, expectativas, y deseos exclusivamente humanos y terrenales; no gasten el tiempo tratando de que sus personajes sean esotéricos, ni angelicales, ni marcianos; por lo contrario, perviértanlos; háganlos, a sus actores, sufrir, deleitarse, sudar, sangrar, berrinchar un poquito, no los mimen demasiado, y sobre todo háganlos morirse bastante, autoaniquilarse, pues el público que se sienta a ver el espectáculo, por lo que yo sé, siempre será terrestre, y como tal solo entiende la experiencias humanas: el amor—el sexo entre uno de ellos,  la sobrevivencia y de la muerte. Es fundamental comprender que no existe nada en el teatro que sea genuino sino surge del territorio del “ensayo”, y no me refiero a lo que comúnmente se menciona como una fase dentro del proceso de producción: el montaje, el ensamblaje, las reuniones para trazar la composición, el tiempo que dedicamos a corregir, repetir, sino a la esencia que esa dimensión tiempo-espacio en la que el director entra en comunión con los ejecutantes e inician el proceso de creación. Bartis suele referirse a esa decisión y relación como una iniciación promotora de una esquizofrenia creativa. Los ejecutantes y director generalmente suelen separarse de la realidad circundante, y se apartan del mundo como mojes para concentrar sus energías a la materia teatral. Allí en ese territorio, se germina cualquier energía creativa, allí ambos director y actores se valen de sus experiencias y saberes para construir un universo particular, personal, y erótico. El territorio a que aludimos es dimensión que se constituye en campo de batalla, en cuadrilátero, en tubo de ensayo de construcción de energías primitivas, es la arena donde entrenan, aprenden, inventan los púgiles y su entrenador para producir el espectáculo, la obra y depende de como sea ese proceso también será el producto. En otras palabras, no se produce verdadero lenguaje teatral desde la dirección si ya llegamos a un espacio con estrategias preconcebidas para resolver el teatro. Por lo contrario, es esencial llegar allí dispuestos a producir las energías, la idea, la luz, la relación, los personajes, en otras palabras, un genuino lenguaje teatral. La importancia de tal concepto es que, de allí, de ese espacio es donde se crean todas las posibles reglas para el teatro; nada valedero y genuino se construye fuera de ese territorio, excepto la formalización, la oficialización de lo que allí los creadores hayan descubierto. En fin, a partir de esa dimensión concreta y única e irrepetible de la magia del ensayo, como lo afirma el argentino, Bartis, es a partir del territorio del ensayo de donde surge cualquier poética del teatro: esos procesos deben ser construidos de la observación del homo sapiens, y debe cultivarse solo y únicamente a partir del ensayo teatral y cuidando de construir códigos terrenales, humanos y muy personales. Consecuentemente es fundamental estudiar el tema central del teatro: el hombre; el ser humano en su entorno – el hombre en sociedad—. El hombre es la rata experimental, lo humano es el campo de estudio y el ensayo es el laboratorio. Apuntes de dirección escénica, de A. M.

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