Sin tiempo y sin espacio para mariposas en el estómago, por Alex Mariscal




El día 10 marzo del presente, al encender mi teléfono vi un cartel publicitario titulado: “Sin retorno”. El título me resultó interesante. Estuve toda la tarde, inútilmente, luchando para comprar en línea, pero la red informática y mi banco no se alinearon. Y es que a veces uno está destinado, como en las ficciones, a ser parte de un evento pese a los enredos planetarios. Porque, gracias a un “Deus ex machina”, pude conseguir entradas. 

Efectivamente, CÍA. Gramo Danse presentó, en su sala XIELO, el espectáculo “Sin retorno”, dirigido y coreografiado por la colombiana Angélica Acuña. Leí en el programa digital: “Y es que a veces estamos destinados a ser los dueños de nada, a sentir la desesperanza de la inestabilidad y a montar una carrera contra el tiempo y una pelea contra la imposibilidad de conseguir dónde meter la cabeza…” En las notas añadían que el espectáculo combinaba teatro físico y danza. Varias ideas comenzaron a darme vuelta en la cabeza, dado que en el pasado solo había visto danza –danza aérea– en esta sala. 

Entonces se encendió la luz y un trío de ejecutantes inició el show. La primera imagen que se dibujó sobre la pared del fondo fue la de una mujer adulta, que llevaba en sus brazos a otra mujer más joven quien, a su vez, abrazaba a un niño que colgaba de un arnés, y todo, como un fardo indivisible y flotante, avanzó, casi en cámara lenta. ¿De dónde vienen y hacia dónde van?, me pregunté. Y la sencilla escena bombardeó mi imaginario de multiplicidad de situaciones sobre el despojo del que es capaz el hombre contra el hombre. 

Las escenas que siguieron desataron en mí un triálogo que enlazaba las imágenes en el escenario, los fragmentos del texto del programa y textos paralelos en mi mente. Cuando alguien quiere quitarnos todo, incluso lo que no tenemos, no queda otra opción que alargar el tiempo, o tirar la pelota contra la pared, contra el piso, contra el cuerpo. En algunos casos, no queda nada para pagar, nada que cobrar, nada que quitar, porque el propio tiempo es un hambre infinita. Y podemos dar mil vueltas, mil excusas, o hacer gestos para horadar el espacio con nuestros silencios, o tratar de borrar la angustia y el miedo con nuestros gritos; pero nada de esto detiene el tiempo ni al cobrador. Por más giros que hagamos el tiempo no retorna, va como un tren hacia su última estación y nos arrastra en sus vagones. 

¿De qué trata “Sin retorno”? ¿Será que, por más vueltas que den los personajes –con esos precisos, económicos y expresivos giros de los ejecutantes– el tiempo se amalgamará en el cuerpo y en el espacio como un tirabuzón, una espiral que se extiende al infinito? 

Atinadamente, la puesta de Acuña articula los elementos escénicos en sus dos lenguajes primarios, la representación y el movimiento, para mostrarnos una metáfora del viaje de un grupo humano. En este caso, una familia. Utilizo “metáfora” para enfatizar sobre cómo la directora-coréografa logra, a partir de la selección de un sencillo motivo, integrar gestos, energías, espacios, sensorialidades, luz y música para crearnos, en un estilo simbólico, la evolución de esta familia frente a un sistema que la oprime, la asfixia, la despoja. 

Los ejecutantes, Leo Bermúdez, Ximena Eleta de Sierra, Andrea González y Ángel Gutiérrez, encarnaron con vitalidad, empatía y verdad escénica todo el espectáculo. Adicionalmente, el tempo ritmo y la atmósfera, una de las cosas más difíciles de lograr en una puesta, en este caso, están muy bien definidos y atemperados. Uno transita por atmósferas premonitorias, amenazantes, lúdicas, agresivas, defensivas, de despojo y de huida. 

Definitivamente, el código que comunica me devuelve al texto del programa: “Y es que ocasionalmente estamos destinados a… una pelea contra la imposibilidad de conseguir 'dónde meter la cabeza' –como dicen las abuelas cuando no hay terreno firme para asentarse”.

“Sin retorno” me comunica con fuerza y precisión que, a veces, reiniciar no tiene cabida ni espacio para mariposas en el estómago. 

A menudo, cuando solo queda pudor e instinto –especialmente el materno– la única salida es robar permiso al cosmos para cortar el río de la sangre; es decir, luchar con uñas y dientes, darlo todo por amor. Y luego volver a los giros de la compleja espiral del ADN, dialéctica esencial de la supervivencia del Homo sapiens.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Desaparecidos, de Alex Mariscal